Reseña escrita por Carlos Duarte sobre "Microfilm" de Carlos Blasco (2014, Editorial Vela al Viento).
Foto: Cortesía Carlos Duarte
la poesía busca, está explorando, busca
nombrar aquello que hemos invisibilizado
por olvido, por conveniencias de poder, por
adoctrinamiento, por ignorancia
Carlos Blasco
Misteriosamente, el epígrafe forma parte de una entrevista realizada a Carlos Blasco en el marco de la presentación, en el 2017, de "Microfilm", libro compuesto por microrrelatos que intentan dibujar, vía la ficción, un pueblo patagónico marcado por el desierto, la industria del petróleo y la miseria de los ‘90. Misteriosamente, digo, porque tal vez "Microfilm" da con “el poeta” y, desde ahí, me interesa leerlo.
El epígrafe de "Microfilm" -“cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”- dialoga con la imagen que lo acompaña: un dinosaurio llama a otro; el de Monterroso despierta a otros erosionando las capas del tiempo que superponen el espacio de la naturaleza a la máquina capitalista como cifra de las apropiaciones que, sobre el significante paisaje, se han tramado en el mercadeo de las formas dispuestas a ser consumidas.
Y pareciera que el “desierto” aún en el presente nos sueña: ese desierto diagramado por la literatura, nombrado por Echeverría como “inconmensurable”, “abierto”, paisaje heredado de la élite letrada que no solo dio entrada a la dimensión geopolítica sino que -también- dio forma a una operación ideológica que dictaminaba que donde había desierto no existía cultura, habilitando matanzas y nuevas fundaciones cargadas con la sangre de los exterminios.
Foto: Cortesía Carlos Duarte
Como una foto anticipatoria de Microfilm, en los versos del poema “Sacco y Vanzetti” el paisaje está a la espera, planeando su fuga –tal vez, por los sentidos- “En el campito/ de las vías no hay nada/ los yuyos lo habitan desde siempre/ pequeño desierto a la espera/ planeando su fuga.”
Caminar es conocer -decía Thoreau-, y caminar unido al mirar y al escribir se asemeja mucho a una fundación o prolongación de algunos imaginarios. Esto ya lo sabían los viajeros: el paisaje se funda en y desde la pluma y también desde algunas premisas retóricas que han moldeado ojo. Y, así como Sarmiento idea la nación mirando Europa para “llenar” el “desierto”, el Borges de Fervor de Buenos Aires, viajero letrado, se va a las orillas para mitologizar el arrabal; Arlt –insistente en construir su figura de escritor desde el margen- inaugura otro viaje: hacia el centro la ciudad. ¿Qué operación se pone en juego en "Microfilm" de Carlos Blasco? El inicio del libro-álbum puntea un modo de leer, o dos: "microfilm como secuencia de microfotografías para ser proyectadas en tiempo real” y, también, como “carrete de película con que se consiguen microcopias”; es decir, lectura en movimiento o lectura morosa en la descomposición de las pequeñas imágenes que construyen la secuencia.
Foto: Cortesía Carlos Duarte
"Microfilm" da entrada a la ficción de la foto como un ro(a)stro del tiempo y de la memoria unida al documento. La foto, en tanto documento, constata: “esto ha sido” –decía Barthes y, lastrada por la constatación de una prolongación venida de la existencia pasada, espectaculariza la pura intensidad del referente; en tanto deíctico interpela al ojo insistiendo “vea esto”.
Se ha dicho que la foto en tanto documento de la cultura es un documento de la barbarie. La primera escena o foto de "Microfilm" vuelve el álbum un gesto político y evidencia la operación de los grandes relatos (o largometrajes) trazados por la legalidad que selecciona, nombra y da existencia. En este caso, el arrebato de la identidad por el silencio del recorte: “hace tres décadas dejó de figurar en los mapas ruteros”.
Raymond Williams nos enseñó que “la estructura social hace posible el paisaje” y la mirada en "Microfilm" da vuelta como un guante la premisa que desde el centro, productor de sentido, se trama para modelar el engaño que niega las existencias haciendo del vacío la escena del paisaje. Por suerte, esa otra lengua, la lengua de la literatura, está ahí para arrebatar esas ficciones escritas y consumidas para simular algo más auténtico. La foto, en esos y en este relato, es colección y también nacimiento.
Las reflexiones sobre el paisaje que Fernando Aliata y Graciela Silvestre vienen desarrollando discuten la creencia que las superpone como mímesis de naturaleza. El paisaje es un constructo físico, pero sobre todo mental. No basta con que exista la naturaleza, para que el paisaje sea se necesitan un espectador y un relato que construya un escenario para representarlo desplegando algunas técnicas.
Como decía, "Microfilm" señala la estrategia de la sustracción del nombre, pero ¿Cómo desafía al mapa oficial? ¿Qué estrategias narrativas potencian un relato que no clausura?
El ojo de "Microfilm" interroga la escena del vacío: el territorio caído del mapa borrado de las versiones monumentales. La urgencia es escribirlo porque una poética es una ética y una ética una óptica (un modo de mirar pensando) y, en este caso, se escribe la vida junto a sus mitologías terrenales y la traza -por más endeble que sea- deja huella, apenas perceptible, como ese “linyera sin nombre y sin edad que cuando muera cambiará el paisaje en forma imperceptible”. Claro, “imperceptible” para esas otras miradas sociales que, desde el centro o una clase, producen sentido. Pero definitivamente cambiará porque hay algo que lo señala y lo escribe: la literatura.
Ese ojo-cámara como artefacto cultural construye una cartografía a contrapelo de los modos hegemónicos en una caminata sin plan previo. La pulsión escópica convoca a algunos olvidados, a las clandestinidades de un barrio y sus resistencias, a las creencias con sus los santos y las noches, visita desempolvando los acuerdos del poder y del petróleo, muestra los rituales que dan forma a unas vidas y sostienen la cartografía o contracartografía, porque la cultura es un modo del mapa. La tradición es selectiva – sostiene Raymond William- y pareciera que Blasco se sumerge, sin exotismo, en la vida de los hombres infames –a lo Foucault- de aquellos que no tienen fama por estar al margen del monopolio de la vida y que, por insistencia e imposibilidad, en su domesticación ocupan lo otro de lo narrable.
El personaje de "Microfilm" es un ojo que selecciona. En el montaje, leemos un deslizamiento por el paisaje para darle forma, pero no es el ojo burgués, el de la admiración que mira detrás de la vidriera anhelando el consumo para volverse algo más de lo mismo. Es un ojo que -sumergido y no distanciado- vagabundea en lo incierto de los fragmentos y de las escenas orilleras de las mitologías barriales. Y este personaje en tanto artefacto cultural elige también una manera de mirar, una perspectiva: la horizontal o la perspectiva de las ranas. Foucault, desde la lectura que Nietzsche problematizó el discurso de la historia, recuperó dos modos de mirar que trazan la perspectiva historiográfica: la perspectiva del águila y de las ranas. Va a decir que a la historia le gusta echar una mirada hacia las lejanías y las alturas: las épocas más nobles, las formas más elevadas, las ideas más abstractas, las individualidades más puras. Y, para hacer esto, intenta acercarse cada vez más, situarse al pie de las cumbres, resistiéndose a tener sobre ellas la famosa perspectiva de las ranas. Frente a este modo de mirar imperial, tramado desde las alturas, más allá del mundo material del hombre, las ranas tocan con el cuerpo la tierra, en el barro y miran la potencia de la vida en el roce. Las ranas acompañan los pasos, el águila el vuelo y la distancia. Las ranas se deslizan de la vista al oído –como una suerte de canto colectivo, ese cro cro al decir de Sergio Raimondi- que se detiene en la materialidad de la lengua. Y, en este movimiento, de la vista al oído escuchamos en "Microfilm" los discursos escolares, las voces de la calle, la palabra de Ávila.
El juego de miradas abismadas propone el arte del figoneo: somos ojo lector que miramos lo mirado por el ojo de "Microfilm", un ojo –el del lector- que se demora en la lectura de unas fotos que -en la economía del lenguaje- propone algo latente o dicho a medias. En ese decir, para callar la potencia de la imagen, gana en pensatividad. El “trabajo del arte es hacerse invisible” –dice Ranciere a propósito de la fotografía- y Blasco juega con esto: por un lado, una demanda al mapa que borra y, por otro, su reconfiguración a partir de un gesto nuevamente político: dejar hablar el silencio de algunas presencias y prácticas. Blasco deja un signo de flotación: un agujero, un vacío, un silencio fiel al mandato de su “Arte poética” texto en donde se enuncia que el signo se emperra por ser otra cosa y la imaginación –ya no el imaginario- le gana la partida y los sentidos a los discursos que no se detienen a mirar la pulsión de lo humano, como en la sintaxis de la gomería “El rulo” cuyos cuerpos y repeticiones ponen el universo en orden.
Sobre Carlos
Carlos Blasco nació en Plaza Huincul, en 1976. Es profesor de Literatura y escritor. Ha publicado en varias antologías nacionales: Leer la Argentina, del Ministerio de Educación de la Nación (2004), Territorio Literario (2004, premio de poesía de la Universidad Nacional del Comahue), Insurgentes (2005) y Desorbitados, Poetas novísimos del sur de la Argentina (2009), y en revistas literarias como El Camarote (2006). Algunos de sus textos han sido traducidos al alemán en las antologías “Argentinische Literatur”, (Editorial Wagenbach, Berlín, 2009) y Antología Neues vom fluss (Editorial Ltrétage), Berlín, 2010.
Carlos Duarte nació en Coronel Pringles. Estudió letras en la Universidad Nacional del Sur, Bahía Blanca. Becado por la Fundación Antorchas para participar de talleres coordinados por Daniel Link y Defina Muschietti. Desde el 2010, vive en Neuquén. Trabaja como docente en la Universidad Nacional del Comahue, Universidad Nacional de Río Negro y como coordinador de talleres de mediación de lectura en el Centro de Documentación e Información Educativa “Alicia Pifarré”. Ha participado en antologías como: Estación Limay, Antología de poetas del Neuquén; Poesía argentina, modelo para armar: 62 voces de la poesía argentina actual; Antología del IX Festival de Poesía Latinoamericana de Bahía Blanca. Publicó La forma de lo lejos en 2017 con la editorial Suri Porfiado y No escribirás el paisaje en 2019 con Rangún.
> Reseña realizada por Carlos Duarte. Si querés contactarte con él, escribile a carlos.duarte@jeanpiagetnqn.edu.ar
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