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Serendipias, un cuento de Roberto Ariel Guardon

Actualizado: 27 ene 2021

"Todo siguió su rumbo ¿por qué esta empecinada obstinación en contar el tiempo? Victoria y Emilio no fueron la excepción, pero acordaron en darle cierta pelea", a partir de este fragmento nos introducimos en un cuento del autor.

Petricor, imagen tomada del archivo de google


Si tu esquina de sol con ronda y piel de niño

si mi piel en silencio y mis raíces

si la noche y el árbol y su cielo

y las ventanas y un gato y la vereda

si todo de pronto mar abierto

me diera la mano

para encontrarte.

Yo no puedo conmigo

Me visto de aventura

Y quiero abrir la ventana de tu cuerpo

para estallarme de luciérnagas

(La Dulzura,1960-1962, Roberto Santoro)


Vos no elegís

la lluvia que te va a calar

hasta los huesos

(Julio Cortázar, Rayuela cap.93)


Ay

Si tu forma de lluvia me mojara

(Roberto Santoro)


1

Otra vez comenzar, pero ¿quién no?, pensaba y decía ella redundantemente una y otra vez en esa letargosa noche. Así, más sola que de costumbre, decidió por sí misma poner el punto final. Dejar atrás los continuos y obligados puntos suspensivos, esos que tanto tiempo le demandaron y que tan negativamente la trataron. ¿Por qué querer salvar una relación destinada al fracaso? ¿por qué no confrontar? ¿y por qué no expresar lo que realmente quiero? El fuerte galope de su corazón la acompañaba hacia su renacer, así lo sentía y rebalsaba de valentía. La reflexión no quiso despotricar en detrimento de la rutina (es justo reconocer que algunas son hermosas) lo que sí, asimiló que la pasión frena su avance, aunque no quiso con ello justificar su decisión de concluir esa relación. -¡Nó!, se gritó, -¡este no es mi caso! Su situación tenía que ver con lo anticuado y violento del vínculo, era más bien parecido a lo que sucede con los viejos sistemas que no pueden reproducirse y se agotan, pero solos no se caen, para ello hace falta un rebelde empujón. Y era precisamente lo que se disponía hacer: darlo, dejar atrás los proyectos que a fin de cuentas nunca fueron de a dos; duelen, pesan, pero ahora sí asumió la idea de volver a empezar. Su ser jamás iba a caber en la jaula patriarcal, tal vez por eso dió a cuenta que no necesitaba del consentimiento de él, ni de nadie, para desafiar a la vida y adornarla a su antojo. Aguaitó por su propia cerradura, descubrió y se sorprendió como ante una mágica aparición que no estaba sola ¿Cuándo fue que me alejé tanto de las mías y míos? ¿En qué momento? Estos propios cuestionamientos la obligaron a mirar hacia atrás y así redescubrió que su nido seguía en el barrio.


2

Como era de esperar, mamá, papá y mi hermano Bruno se alegraron con la decisión de volver. A mí esta idea me perturbaba un poco, pero la entendía totalmente provisoria y velozmente efímera. Amigas, amigos, compañeros, compañeras, facultad, mates, lecturas, trabajos con peques (vidas). En fin, pienso que todas y todos (sin que quieran) van a cooperar en esta necesaria transición.


3

Es sabido que ciertas matronas no tienen o mejor dicho no hacen preferencias por sus hijas, pero Doña Rosita en este caso era la excepción, la sabía especial desde que la parió, eso sí, nunca lo demostraba y alegaba para su defensa eso de que “la procesión va por dentro”. En cambio, el padre de Victoria no podía controlar su aspaviento motivado por el regreso de la hija. Don Luisito inocentemente se negaba a superar, por contarlo de alguna manera, la especie de Edipo al revés que ella le provocaba. Con cantinela comentaba a las vecinas y vecinos la vuelta de su hija y aprovechaba la charla para alertarles que ella andaba buscando alquiler. Él no quería que vuelva a partir, anhelaba tenerla a su lado como cuando pequeña, -¡a dónde te vas a ir Victoria!, le decía asimilando la idea que retenerla le sería imposible porque la conocía muy bien. Así que su única forma de conspirar era encontrarle un sitio cercano.


4

Los rumores de búsqueda corrieron en el barrio como un chasqui, tal es así que llegaron hasta los oídos de la solitaria Casita. Esta se situaba en el fondo de otra casa mucho más grande, ocupada por una familia de pequeños comerciantes. Hacía años que la Casita se encontraba vacía, despojada de habitantes e inquilinos. Se sentía tan cómoda albergando al silencio, siguiendo su estática rutina que simplemente consistía en despertarse, justo cuando aparecía el sol para calentar sus arrugadas chapas, ratito antes de desayunar en compañía de los ácaros. En renovar su aire, gracias a las visitas de diferentes gatos que auspiciaban de pulmones y abrían el ventiluz del baño que la Casita nunca aprendió a trabar. En dormir sola la fundamental siesta, para luego despertarse con los gritos de la muchacha que anuncia que vende churros y también que la tarde empieza a morir. Y así seguir su perpetuo ayuno hasta dormirse de pie como hacen los árboles. Pero era tan plena su soledad que hasta le confería cierta alegría y quizás por eso nunca quiso volver a cobijar a nadie en su pequeño y profundo interior. Ese que se lo podía ver a través de sus ojos: dos ventanas que adornaban su frente alta, más alta que las otras casas, por eso su vista era cualitativa y acompañaba a gran parte del barrio.

¿Cuándo muere una casa?, varios dirán en su derrumbe, prefiero pensar en el abandono ¿será verdura el apio?


5

Cada quien tiene su sustento ideológico, a veces fundamentado teóricamente y otras no, pero eso resulta poco importante, porque en definitiva como dijo alguien atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico sino más bien un problema práctico. Cada quien también tiene su estampita, algo de donde agarrarse, el libro de escribir la vida, el cuaderno de tapas azules. En mi caso es “La biblia del Caminante Descalzo”, no sé por qué pero invariablemente recurro a ella, tal vez porque sea un libro interminable. Para ilustrar lo que vendrá voy a citar un pasaje: “(…) siempre que se cuenta o se redacta una historia, si es verdadera hay que saltear los detalles, omitirlos e ir a lo concreto. Pero si es una mezcla entre verosimilitud e imaginación, bueno vofi…”


6

Asimilando consecuentemente lo referido en el apartado anterior, prosigo.

Todo se dio para que Victoria obtenga el alquiler de la Casita y enterada esta última no pudo dormir pensando en su nueva inquilina. ¿Cómo se comportaría ella?, se dijo antes de largar una catarata de preguntas a las cuales la palabra “sería” antecederían los siguientes cuestionamientos, ¿ordenada? ¿atenta? ¿amable en la familiaridad de mi vejez? ¿higiénica? ¿hacendosa? Se propuso un trato indiferente para su futura involuntaria compañía, no quería obrar ni terminar como el fantasma de Canterville. Vale decir que su decisión fue certera porque Vito jamás se asustaría.


7

Asimilando la idea final del apartado cinco, más precisamente lo expuesto en la última oración, continuo. Me parecía impertinente aclarar todos los tramites burocráticos que implica un alquiler en estos tiempos, son las sacrosantas trabas de la igualmente sagrada propiedad privada. Aparte de esas consideraciones, porque también entendía que serían harta conocidas por la mayoría de quienes (aburrimiento mediante) se atrevieran a leer este relato. La cuestión es que Victoria con sus herramientas, paciencia y ciertas rebeldías logró saltar cada uno de los obstáculos impuestos para acceder temporalmente a la Casita.


8

Los vientos de abril recorrían las calles de todo Buenos Aires, el otoño venía por detrás de ellos adornando los lugares con las sabidas características que tantas veces vimos, escuchamos en canciones o leímos en poemas. Como carezco de cierta originalidad voy a recurrir a la hojarasca y su cooperación con el follaje y también a lo que leí en un cuento: “todo parecía tomar la redundante imagen de un almanaque de panadería”.

Cierto es que Vito arribó a la casita definitivamente un dieciocho de abril, antes había pasado algunas veces a dejar sus cosas que no eran tantas. Ese día, avanzó con celeridad por el pasillito para dejar atrás como de un salto a la casa de adelante, venía acompañada como dijera por el otoño y con la mochila de volver al barrio a recomenzar, también inundada de dudas pero esencialmente pletórica, con suficientes fuerzas y mates.

Aminoró la marcha y se detuvo frente a la escalera que antecedía a la entrada, diferenciándose de las pasadas anteriores porque esta vez observaba todo al detalle. Iba con sus verdes ojos por delante, como una hermosa vanguardia y la seguían su risa y su cuerpo. Empezó a subir lentamente los escalones, se tomó de las fontaneras barandas y comenzó a contarlos, eran veinte. Al pasar los nueve, se dio cuenta que el décimo se transformaba en una especie de cono aplastado que daba comienzo a la curva para esquivar adrede la pared y también para que los otros diez se encaminaran definitivamente hacia la puerta. Pero su esplendorosa vista la detuvo para ver en el murito repleto de musgo una inscripción muy pequeña. Quiso leerla…


“Una serendipia es un descubrimiento o un hallazgo afortunado,

valioso e inesperado que se produce de manera accidental,

casual o cuando se está buscando una cosa distinta.”


Al concluir la lectura, Victoria se dijo susurrando para sí, -¡mirá vos che!, -bueno, -¡que sea mutua esta serendipia! y se quedó pensando en lo idóneo de ese lugar. Pasado un tiempo se fue acomodando de a poco hasta quedar sosegada, lo que le permitió ir convidando al sitio lenta pero sin pausa, caricias y a sus paredes magia, amor y rebeldía. A cada uno de los escalones le dispuso trozos de vidas, a los más cercanos a la puerta de entrada acercó las aromáticas: albahaca, romero, cedrón, boldo y menta, porque le agradaba mezclarse en esos aromas, para la mitad de los peldaños agregó incienso, cactus, estevia, potus, aloe vera, kalanchoe, jengibre y suculentas. Por último, los malvones que no eran de su agrado.


9

¿Qué le habrán trasmitido los ojos a la Casita cuando la vio llegar? ¿Será ese raro cosquilleo que provocó al muchacho de los libros al compartir un ratito de su aire?


10

Como el ocio de la Casita era constante veía a Vito todo el tiempo, es así que fue contemplando al detalle todos sus movimientos y, a pesar de que hacía poco tiempo la conocía, tenía esa sensación de saberla amiga. Esto se ratificaba porque sentía eso que caracteriza a las buenas amistades. ¿Qué es la amistad?, pregunta compleja, capciosa, su respuesta puede ser extensa y redundante, así que para resumir siendo que no es cuestionamiento de examen me voy a inclinar (es justo que no coincidan conmigo) por esta respuesta que ni siquiera es mía sino que recojo de las calles: Una amistad es aquella alma compañera que la vida nos da y también con su irrupción a veces nos la aleja, pero jamás logra que nuestras vivencias y afectos se olviden, por eso al momento en que la misma vida nos vuelve a reunir esa distancia instantáneamente desaparece. Disculpen la intromisión pero me parecía importante, vuelvo al relato.

En las noches el olor a humo del tabaco mentolado que ella fumaba lograba despertar a la Casita y entre dormida descubría a Vito sentada cerquita de la puerta con la cortina corrida. Miraba al cielo rodeada del un total silencio. Quizás buscaba una estrella que la acercara al litoral o tal vez se recordaba cuando de adolescente en su pieza (que estaba en el piso de arriba de la casa materna) fumaba a escondidas cerca de la ventana, también mirando la azulada noche.

En ciertas tardes, ocasos o madrugadas, en diferentes días, la Casita se sorprendía al verla entrar y salir. A veces con volantes, otras con pancartas o con pinturas en aerosol de surtidos colores, rojos, negros, verdes, naranjas y violetas que le dejaban manchitas en sus manos. Auscultándola descubrió que Vito militaba, es decir, participaba en política para preparar y o adelantar el parto de la historia en favor de quienes nada tienen. Entendió que en ese asunto ella era totalmente taxativa.

Una madrugada estando la Casita desvelada la vio llegar agitada, regresaba de estar en la cresta de la ola de la marea verde. Se había salpicado e inundado junto a miles con esas aguas incontenibles. Por eso, cerró fuertemente la puerta y se puso a saltar, cantar, gritar consignas, rebalsaba de alegría, estaba maravillada y poseída de pasión.

Algunas veces, siendo que en ocasiones la Casita se arrepentía de revisar con parsimonia lo que Vito escribía, dio a cuenta que siempre lo hacía con birome en una cursiva prolija, a pesar de que sus letras nunca le salían iguales. Todo lo redactado iba a parar sobre papeles espontáneos que luego dejaba olvidados en cualquier rincón. La Casita se emocionaba tanto al leerlos porque en ellos descubría sentimientos desordenados y vivos, reflexiones, moralejitas, balances, perspectivas, pasiones, anhelos, aprendizajes.

Una tarde luego de la siesta se sorprendió al descubrir a Vito tan concentrada, es que jovialmente producía de forma artesanal (originales en cuanto a su estética): cuadernos, agendas y anotadores. Coleccionaba los que hacía y también aquellos que recibía y muchos otros regalaba. Para realizarlos utilizaba una vieja y pesada anilladora que heredara de su abuelo, quien delegara su tiempo de ocio trabajando en una imprenta no oficial, en una época particular.

Victoria ponía al presente y lo que es mejor en su forma de salpicar vida esa idea que leí por ahí, hay personas que tienen en claro que en la dialéctica de tener-ser, eligen ser. Vito era así, elegía ser.


11

En fin ¿ustedes que creen?, (serendipia)…por supuesto resultó, tal es así que la Casita se enamoró de ella, cosas que pasan, pero eso es otra historia.


12

Emilio cuando caminaba iba siempre pensativo y haciendo su rol de veescuchador. Esa vez marchaba por las calles que rodean a la estación de Temperley, pero ciertas obligaciones posteriores arrebataron sus asuntos y lo incitaron a querer saber la hora, es así que metió la mano en el bolsillo del gastado pantalón de corderoy azul para dar con su viejo celular. Detestaba usarlo y para recordárselo puteaba cada vez que tenía el aparatito en la mano, lo utilizaba nada más que para hablar, (asunto que resulta irónico). Como muchos, tuvo que acceder al telefonito obligadamente para no quedarse por fuera, trataba de usarlo lo menos posible. Solo respondía al whatsapp si eran cuestiones laborales, del profesorado o por los libros. Ni la hora se fijaba en el teléfono móvil, aunque en esta ocasión, no le quedó otra opción porque su aún más anticuado reloj de pulsera se había quedado sin pilas días atrás ¡Que lejos en el tiempo sin tiempo habían quedado tiradas las agujas!

Se puso al corriente de la hora y, además, vio que tenía un mensaje de un nuevo número:


-Hola soy Victoria, te compré un libro el viernes pasado en la actividad de Nora Cortiñas, ¿te acordas? Conseguí tu número a través de una compañera tuya, che, espero que no te joda.


"Que me va a joder", murmuró para sí y con celeridad se le presentó a la imaginación su rostro, se detuvo en sus ojos penetrantes, intensos, que le imprimían perspectiva a la mirada y que lo habían paralizado. Para luego empezar a recordarla de cuerpo entero, no se había olvidado ni de su sombra, ni de sus pañuelos acariciando su cuello, ni de su caminar de pasos firmes que la hacían merodear bien cerquita de los diferentes puestos. En ellos se exponían los libros y revistas de las diferentes humildes editoriales, organizaciones y partidos políticos, todos ellos populares. Esto acontecía como asunto previo de la actividad central y ahí se aprovechaba para interpelar a la concurrencia con propuestas, propagandizar y poder hacer algo de recaudación. Él la veía con sus brazos colmados de bolsas abriéndose paso en la romería estancada. Se puso nervioso cuando se acercó a la mesa que atendía y más aun cuando le habló preguntándole los precios de los textos, -bueno me llevo este, dijo con el libro en la mano a lo que Emilio agrego un tímido -buena elección, mientras cabeceaba como asintiendo y parpadeando los ojos a la vez.


Volvamos (lamentablemente) a la conversación a través del aparatito…


-¡Ah!, sí me acuerdo, todo bien no me jode. Imagino quien te pasó el número, seguro que mi tocaya.

A lo que ella le respondió con risas y un, -qué bueno que no te joda, quería conseguir tres libros más de ese que te compré, el de la estepa, no me sale el título entero-. Emilio tardaba en dar la respuesta porque no estaba canchero con la práctica de escritura en el aparatito, así que mientras redactaba le susurraba puteadas de corrido, hasta que por fin mando el mensaje, -¡Ah!, el de Omar Cabezas: “La montaña es algo más que una inmensa estepa verde”, -sí, tiene un titulo largo y trabado ¡Estos nicas!-, tonto comentario pensó, pero el mensaje había salido. Vaya uno a saber por dónde pero es cierto que salían, para completar el textito agregó -si me quedan pocos, es el que más sale, está muy bueno.

-¡Sí!, ya lo empecé -comentó ella- avancé bastante y parece que lo voy a terminar, cosa que si los libros no me atrapan nunca hago, quiero unos pares para regalar.

Él pensó, frontal, sincera y que rápido escribe con el teléfono, luego redactó, -¡ah no!, termino los libros aunque no me gusten, sino, no los puedo criticar, no así con las películas que si no me atrapan en media hora las dejo de ver, pero este es un texto muy lindo, especial, motivante para renovar esperanza y avivar certezas. Y obvio, muy buen regalo.

Vito riéndose escribió, -¿quién?...-eh hizo una pausa. Él inocentemente cayó en la bromista celada y puso - ¿? te equivocaste de conversación-. Ella riéndose en compañía de la Casita redactó: -¡Quién te preguntó! jaja ¡chiste!- Él empezó a reírse en la calle y respondió -jaja-. Escueto, no le agradaban las onomatopeyas virtuales. Pero sí ese tipo de bromas, así se dió cuenta del humor de Vito, que dicho sea de paso, le sentó muy bien. Emilio también gustaba de esos chistes de calle, sarcásticos, que si no estás en práctica te dejan sin respuesta.

Pasadas las risas mutuas le escribió -Bueno, ¿cómo hacemos para alcanzártelos?…


13

La cita se concretó. Se encontraron una tarde en la placita que está frente a la estación de Temperley. Emilio había llegado un ratito antes de la hora acordada y la vio cuando salía de la estación sin que ella se percatara. Vito llevaba puesto un delantal celeste, tirando a turquesa bastante llamativo.

-¡Hola! ¡No te rías! ¡Con este mameluco trabajo!- dijo simpáticamente, lo que a él le resultó propicio para relajarse. Emilio la invitó a cruzar la calle para ir al bar "Los Dos Cañones", clásico recinto de la zona y, además, le comentó, -nos van a dejar tomar mates. Se sentaron, él le vendió los libros e hizo mención al catálogo de textos que no había podido llevar a la actividad, conversaron un rato amenamente de cuestiones personales, políticas, etcétera. Con el pasar de los días, se sucedieron las comunicaciones vía celular, se compartían canciones, él tuvo que aprender a hacerlo con el aparatito. Se suscitaron encuentros en plazas con mates y libros, se leían poemas y se contaban sus historias. En otra juntada, una tarde cualquiera, fueron caminando desde la citada estación hasta el parque Finky, lugar que se encuentra relativamente cerca de la placita también mencionada. Lindo espacio en la ciudad, verde y abierto, rodeado de una vieja vía en funcionamiento, arboledas que reunían eucaliptos, sauces llorones y álamos. Allí se sentaron sobre el pasto y empezaron con sus actividades de lecturas, mates y más risas (perdón por ser repetitivo pero no es más que la verdad, se la pasaban tomando mates). De repente y sin indicios previos, se largó una sorpresiva garúa, ligera y finita, pero suficiente como para humedecerlos, mojar la tierra que inmediatamente dio señales de vida. Se manifestó con su olor. -¡Cómo me gusta ese aroma!, dijo Emilio respirando profundamente por la nariz-, a lo que ella respondió, -¡es el petricor!-. Quedó sorprendido mirándola, con ganas de abrazarla y detenerse en sus ojos para consensuar en silencio un beso, pero solo se quedó con la intención y respondió como para ilustrar el particular momento: -Para mí la belleza se encuentra en la simpleza-. Ella lo miró y sentía los mismos deseos que él, pero solo agregó mientras gesticulaba con las manos: -El arte es la vida, marchan juntos y en paralelo, pero cuando se cruzan se manifiestan en cualquiera de sus formas, sino mirá-.

Se quedaron disfrutando del aguacero. Los cariños vendrían, luego, acompañados de la palabra, petricor.


14

En su casa, en sus caminatas y un poco más en las noches, Emilio tenía presente a Vito que se le cruzaba en sus pensamientos. Se dio cuenta que ella se le había vuelto ubicua. Ambos continuaron viéndose y, a la vez, sorprendiéndose mutuamente. Un día Vito, cambiando de tema porque estaban hablando de cualquier otro asunto le dijo -¿Por qué no te venís a Casita a tomar unos matecitos? Parece que con ella no cesan los asombros pensó y le respondió -Dale de una, te parece el…y ella escribió -listo nos re vimos. Inexorablemente, había llegado el día preestablecido para la visita ¿cómo explicar sus nervios? Se armó de coraje, susurró para sí un no tan viejo grito de guerra (avompla) y salió. Emilio, cuando se orientó y llegó a la dirección que le había pasado Vito, supo que inconscientemente había hecho el recorrido más largo. Incluso se dio cuenta que ni siquiera tendría que haber tomado el colectivo, caminando hubiera llegado en media hora. Dejemos de lado tiempo y distancia, porque lo importante es que Emilio arribó al destino deseado. Tocó el timbre de arriba. Vito se asomó a la puerta desde lo alto y le gritó -¡ahí bajo!, abrió el portón, se saludaron con un tímido y lento beso en la mejilla. Juntos cruzaron el pasillito hasta dar con la escalera. Subieron y entraron, ahí nomás le presentó a la Casita y él se sintió identificado con ella. Vito lo invitó a sentarse.

-¡Ponete cómodo!, le dijo. Él se sentó y en seguida sacó de su mochila unos regalos que le había llevado y se los entregó. Eran muy lindos desde el punto de vista de sus significados, no de precios que para ella y él eso era estrictamente anodino. Uno de los obsequios era un caracol que llevaba inscripto la palabra serendipia y el otro un trozo de papel madera donde él había escrito con una cursiva despareja: “…La quietud que sentimos cuando estamos solos, esa certeza de nosotros mismos en la serenidad de la soledad, no son nada comparadas con este dejarse llevar, este dejarse llegar y dejarse hablar que se vive con otro en cómplice compañía…”

Por supuesto que a Vito le sentaron sorpresivos los regalos y, en consecuencia, de su agrado. Él con su sonsera dijo: -Esa frase la tome de una novela que me costó demasiado terminar, me interpeló, pone en palabras lo que me pasa, pero el texto en general no fue para nada de mi agrado, debe ser porque es literatura europea contemporánea, la novela se llama “La elegancia del erizo” y es de Muriel Barbery, obvio que no te la recomiendo-. Cuando recuperó el aire agregó, -vos cualquier cosa frename que me pongo verborrágico. -Bueno-, dijo pausadamente Vito. Siguieron charlando, compartieron y vaciaron varios termos hasta que llegaron los abrazos e hicieron los besos. Estos abrieron camino a las caricias y al sutil encuentro de los cuerpos y el volver a sentir próximos sus corazones. Como les había adelantado, los cariños llegaron y se fueron asentando a medida que siguieron conociéndose.


15

Todo siguió su rumbo ¿por qué esta empecinada obstinación en contar el tiempo? Victoria y Emilio no fueron la excepción, pero acordaron en darle cierta pelea. En fin, no queda mucho que agregar a esta historia, solo algunas cosas.

Vito le propuso a Emilio si quería acompañarla a celebrar el año de su estadía en la Casita. Mientras charlaban para acordar el día de festejo y que iba a cocinarle Emilio, en ese pimponeo comunicacional surgió el tema candente del virus en China al que habían bautizaron particularmente covid-19 o coronavirus y cómo en poco tiempo se hizo pandemia expandiéndose por todo el mundo. El virus que algunas personas en un sofisticado laboratorio inventaron, no iba a ser la excepción en lograr sortear la anarquía, en este caso de reproducción, desparramándose sin fronteras ni control.

Estando en la Casita se enteraron a través de la radio, porque Vito voluntariamente no tenía televisión (otra cosa que a él le agradó) que se habían dado los primeros casos en el país y en consecuencia el decreto presidencial que se conoció como el A.S.P.O. Aislamiento social preventivo y obligatorio, medida de cuarentena que se lanzó para todo el territorio nacional y que se fue extendiendo en tiempo al no encontrar soluciones concretas para frenar los contagios. En la capital, rápidamente, se multiplicaron por decenas de miles los casos, hasta que fueron llegando a toda la provincia. No así en las demás provincias del país, allí el virus transitó más despacio, quizás por enredarse en la tranquilidad de los paisajes o tal vez por contagiarse de esa lentitud humilde y pacífica. Todo lo opuesto a lo que sucede en la city porteña de Buenos Aires, gris, vertiginosa y foránea en su novedad. Impresionante y triste fue haber sido testigo de la invasión de los barbijos, de tal magnitud que hasta se los podía encontrar convalecientes en las zanjas, flotando como un cuerpecito de ave muerta. Vito los recogía y se los llevaba a la Casita. Allí junto con Emilio, cual si fueran asistentes de un hogar de rehabilitación los lavaban y, cuando varios estaban recuperados, le daban la liberad soltándolos. Los repartían en las actividades solidarias. Emilio y Vito llegaron a varias conclusiones distintas, pero se pusieron de acuerdo en que esta situación era otra particular inyección de individualismo para las sociedades, en función de ganancias e intereses de unos pocos. También, ambos se sumaron a los movimientos de solidaridad que fueron surgiendo de la misma gente.

Haciendo un paréntesis me parece pertinente comentar que el país (como todos) nunca se repuso de la mentada crisis, esa que podemos ubicar en diferentes tiempos y lugares pero que emerge permanentemente. Es que desde siempre el sistema está en crisis. La pandemia agravó la situación económica y afectó aún más a quienes siempre pagan las macanas ajenas. Los negocios achicaban el personal, el rubro gastronómico había casi desaparecido, cerraban las fábricas. Todos los eslabones de la cadena parecían haberse puesto de acuerdo para acotar al extremo el orden de trabajo de miles de personas. Lo que sí, quienes producían alcohol etílico hicieron la diferencia, también se multiplicaron expendios en casas particulares de artículos para limpieza y desinfección, se habían reproducidos los viveros.

Pero volviendo a ellos y al relato, se los pudo ver junto a vecinas, vecinos participando en diferentes ollas populares, merenderos, juntando y repartiendo mercadería entre otras actividades, como dije solidarias. También eso y todo lo acontecido en la pandemia merecen otra historia.


“…de amor se vive, no se muere…” Tieta

(Jorge Amado, Tieta do Agreste)

16

Vito reformuló otra invitación. Convidó a Emilio a pasar la cuarentena con ella y la Casita. De más está comentar que él aceptó con entusiasmo y ganas el nuevo desafío propuesto por ella y con el consentimiento de la serendipia mutua. Ahí están eligiéndose, queriendo compartir sus vidas y construyendo su destino. Llevan varios meses. Se dieron cuenta que, al final, lo nuevo no resulta ser tan nuevo en los vínculos, que lo fundamental es respetarse en un sistema que obliga a odiarse y apropiarse. Dejémoslos con su encuentro perfumado de petricor y su cuarentena.

Me di cuenta que parte de la vida es una constante serendipia, ilustrada de interminables y novedosas sensaciones. Este relato fue la excusa para intentar demostrarlo.


Foto: cortesía de Ariel Guardón


Sobre Ariel

Roberto Ariel Guardon nació en el 83, reside en una barriada de Temperley.

Es operario, estudió el profesorado de historia con poco éxito y continúa con el de Lengua y Literatura con victorias parciales. Lector compulsivo, intenta escribir cuentos (no lo logra) pero insiste, se considera un escribidor.


> Para contactar a Ariel enviar un mail a robiariele@gmail.com

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