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ESPACIO, un cuento de Gaby Ram

Un lunes despertó decidida a empezar un cambio de raíz. Los programas de cable que veía a la hora de la siesta recomendaban empezar por la casa.

Imagen de la Ruta 40 en Mendoza- Archivo Google


Fue a la bolsa donde guardaba las bolsas para tirar la basura y buscó una del Ejército de Salvación, el lugar donde Laurita, la mayor, le había contado que compraba ropa usada en muy buen estado y a la moda. Tomó nota del teléfono y llamó más decidida que nunca: quiero donar ropa de niños, dijo. También algún que otro mueble y un lavarropas extra que tengo para cuando se acumula. Algunas herramientas que Jorge ya no usa, también. Del otro lado del teléfono una voz respondió: “con mucho gusto pasamos a buscar tus ganas de donar”. Sandra sonrió con el slogan, era el mismo que estaba impreso en la bolsa. Quedaron para esa misma tarde y se sintió aliviada. Creer o reventar, pensó Sandra, la tele tenía razón.


En el programa de la mañana que escuchaba en AM 590 habían entrevistado a un psicólogo dedicado a la neurociencia. Él hablaba del pensamiento positivo y de lo importante que es decirse a una misma lo que una desea sentir o ser. El mismo muchacho aconsejaba escribir bien grande, en un lugar que se tenga siempre a la vista, una afirmación positiva cada mañana. “Hoy será un gran día”, “Voy a recorrer el mundo con los ojos del alma”, “Abundancia y riqueza”. Los columnistas y locutora estallaron en halagos y adulaciones. Sandra pensó que el muchacho de la neurociencia era muy inteligente. Acto seguido agarró una pizarra de cuando los chicos iban a la escuela y escribió: “Voy a vivir una aventura y sobrepasar mis límites”.


Esa misma noche le propuso a Jorge hacer un viaje. Quería tomarse unas buenas vacaciones, agarrar el Fiat Uno y salir a recorrer alguna parte del país que no conocieran. Ni la costa, ni el norte. La Patagonia tampoco porque a ella no le gusta el frío. Pensaron un rato en que cosas les gustaba hacer juntos pero era difícil encontrar una opción en la que ninguno de los dos tuviese que ceder. Jorge, en silencio, echó un chorro de soda al vino y Sandra pensó en Mendoza. Calorcito de día y fresco de noche, montañas y lagos para remojarse un poco. Vino, mucho vino, pensó Jorge. Mendoza, dijeron los dos a la vez y a Sandra se le iluminaron los ojos ante aquello que parecía una señal del destino.


“El viaje arranca cuando empiezas a planearlo”, decía siempre la conductora del programa de turismo que Sandra ponía de fondo los domingos mientras cocinaba. Y así se lo propuso ella. Laurita, la mayor, la única de sus hijos que todavía pasaba día por medio a visitarlos, le insistió para que se compre un celular nuevo y arme su propio mapa de viaje. Sandra prefirió seguir marcando con fibrón sobre el mapa de rutas que le habían canjeado en la YPF. Junto a Jorge decidieron el recorrido, le calculaban unas dieciséis horas de viaje. Señalaron las posibles paradas estratégicas para no hacerlo de un tirón. El hospedaje final estaba resuelto, Jorge reservó en un complejo del sindicato que tenía muy buenas referencias. En los folletos que le habían dado se veía hermoso, tranquilo, con pileta y vista a la montaña y el lago. Estaba a unos pocos metros de la represa y eso lo entusiasmaba a Jorge. Podría ir a caminar y conocer la usina hidroeléctrica. Era lo que más disfrutaba; admirar las grandes obras de ingeniería. Para Sandra el podía contemplar en silencio esos grandes bodoques de hormigón y hierro como cualquiera contempla una belleza natural. Para ella lago, para él hormigón. Sandra estaba emocionada por el simple hecho de vivir una aventura. Este primer viaje sin hijos puede ser el envión que necesito, pensó. La puerta de entrada a una vida nueva, con espacio en la casa.


El dos de enero, Jorge Pisani y Sandra Escudero cargaron el baúl, controlaron el aceite, limpiaron el parabrisas y salieron. Sandra llevaba entre las piernas el canasto de mimbre con un termo de cinco litros para el tereré y unos cuantos paquetes de bizcochos. Laurita les había grabado un compilado con los temas que a ellos más les gustaban de Manolo Galván y José Luis Perales. A medida que avanzaban por la ruta y se alejaban de casa, Sandra sentía con fuerza el espacio, como si su cuerpo tuviese ahora lugar para desplegarse en el mundo y aire para tomar aquel envión buscado.

A lo largo del viaje charlaron de cosas que hacía tiempo no se animaban a hablar. A la altura de Junín Sandra se animó por primera vez a decirle a Jorge que en el fondo no le gustaba tanto ser madre, y que a veces pensaba en todo lo que hubiera hecho de su vida sin hijos. Mientras lo decía se le cayeron las lágrimas y se le trabaron un poco las palabras, pero al mismo tiempo sentía más que nunca el espacio. Jorge le dijo que el pasado pisado, que ahora tocaba disfrutar en lugar de lamentarse. Ella se manchó el jogging color crema con mate. Hicieron silencio y la cara de Sandra no volvió a ser la misma. No había perdido el entusiasmo, pero algo se había desacomodado. Miró fijo el paisaje y no escuchó nada de lo que Jorge le dijo en los siguientes ciento cincuenta kilómetros. Quisiera decir/quisiera decir/tu nombre cantó Perales llenando el silencio.

En Laboulaye pararon a cargar nafta aunque todavía tenían más de medio tanque lleno. Si bien la mayoría había muerto, la familia de Jorge era de ahí. Le pareció una oportunidad única parar en Laboulaye a comer un sanguchito de vacío en la ruta. Mientras Sandra esperaba unas empanadas en el serviclub vio un atril giratorio con libros. Uno con letras doradas en relieve le llamó la atención: Oráculo de vidas pasadas. Una faja de tapa a contratapa anunciaba un éxito rotundo en ventas, el suceso espiritual del año. Los testimonios de superación que aparecían en la contratapa la terminaron de tentar: “Luego de leer el oráculo mi vida dio un giro 360”, “Más que un libro, este es un viaje de autoconocimiento y liberación”, “Simplemente sensacional, solté el lastre de mis antepasados”.


Volvieron al auto. Quizás mañana sea tarde/quizás mañana sea tarde/ ¿Y cómo es él?. Ella apagó la música e intentó explicarle a su marido que casi media vida se le había ido criando a los chicos, que había sido un trabajo pesado y a veces sucio. No encontró las palabras precisas y Jorge le pidió que se calmara, que ahora era momento de disfrutar y que no había ningún chico que atender. Subió el volumen. Es un ladrón / que se ha robado todo.


Al llegar a San Rafael fueron directo al complejo con el objetivo de comer algo liviano y tirarse a la pileta para refrescarse un poco. El lugar era precioso como en el folleto, aunque un poco más despintado y menos luminoso, pero estaba bien. De todos modos pasarían la mayor parte del tiempo afuera entre los árboles, la pileta y el restaurant. Fueron a la habitación, probaron las almohadas y después se pusieron los trajes de baño. Cuando Jorge le pidió que le pasara protector por la espalda Sandra dijo que ya se había lavado las manos y se le iban a engrasar. Se puso el pareo, agarró su libro y salió hacia la pileta. Jorge fue detrás de ella silbando.


Al sector lo encontraron concurrido, mayormente por familias con niños. Una mujer de malla enteriza floreada no tardó en entablar conversación con Sandra a la fuerza, mientras desde lejos pispeaba a sus hijos para que no se ahogaran. “Cuántos chicos, ¿no?”, comentó Sandra. “Y claro, tuvimos tres días de lluvia, estábamos todos desesperados con los nenes adentro, no había nada para hacer”, respondió con voz estridente la de enteriza floreada. Parada debajo de un árbol y mirando hacia la pileta, Sandra se levantó los anteojos de sol y no pudo salir de su asombro. Del agua brotaban niños y niñas como de una vertiente. Se tiraban de cabeza, bomba y clavado. Algunos daban sus primeras brazadas tragando y escupiendo en el agua, mientras otros aprendiendo a patalear mojaban a todas las personas que intentaban tomar sol en el borde. Sandra sintió un nudo en el estómago, pero no le prestó atención. Saludó a la señora de enteriza floreada y se tiró a leer en la sombra, mientras Jorge jugaba al truco y tomaba un sodeado con sus nuevos amigos.


En medio del bullicio Sandra trataba de concentrarse en el libro sobre vidas pasadas que había conseguido en la estación de servicio. La mujer de la enteriza se acercó nuevamente y le pidió que le mirara la nena mientras ella iba a comprar la merienda. Sandra dijo que sí sin quererlo, fue automático. Se acercó al borde para ver a la nena de cerca. Quedó instantáneamente empapada y aturdida por los gritos. La madre tardó una hora en volver. Sandra había tenido que ayudar a la nena a secarse y desenredarle el pelo, también le había puesto protector.


Esa noche Sandra no se sintió bien, y le dijo a Jorge que tenía un nudo raro en el estómago, que se sentía irritable. Él le dio la razón y para la cena arregló con la familia de uno de los muchachos del truco. Sandra no se negó. A las 21 se encontraron todos en el restaurante. El nuevo matrimonio amigo tenía dos nenes y una nena. Cuando Sandra se sentó a la mesa después de presentarse, empezó a sentirse mal. No pudo comer y casi no habló en toda la noche. Al momento del postre tuvo que salir a tomar aire. Al volver, la mujer le pidió que le mirara al más grande mientras ella acostaba a los chiquitos y los muchachos jugaban una partida. Otra vez dijo que sí. Cuando el chico a su cargo tiró unos trofeos de un pelotazo, Sandra le pegó un grito que la avergonzó al instante. Jorge se la llevó a dormir. “Debe estar nerviosa por el viaje en ruta, llegamos hoy”, dijo para todo el restaurante. Le dio una de las pastillas que tomaba él para dormir y no hablaron del tema.


Cuando se despertó ya era cerca del mediodía y Jorge le dijo que había organizado una caminata a la represa con dos familias que estaban parando justo en el piso de arriba de ellos. Sandra tenía la mirada cansada, andaba en automático y volvió a decir sí. Compró fiambre en la proveeduría y armó unos sanguchitos. Sacó una botella de jugo congelado que estaba en el freezer, se puso protector y salió de travesía grupal. Pensó que tal vez ahora sí se venía la aventura y arrancó la caminata.


En total eran seis adultos y ocho niños. Algunos corrían cerca del precipicio, otros iban en los hombros de sus padres o en los brazos de sus madres. La sensación de hastío crecía ferozmente en Sandra. A mitad de camino le pusieron un nene asqueroso y pesado en brazos, esta vez ni tiempo a decir no, tuvo. Entre corridas y furias llegó a lo más alto de la represa. Caminó decidida hacia el puente y se asomó para ver el agua. La valla le llegaba a la cintura. El nene en sus brazos también miró el agua como poseído mientras la nariz le moqueaba enchastrando toda su ropa. Sandra estuvo un rato así, en silencio, esperando que esa aventura prometida apareciera de una vez, porque ella ya había hecho lo suyo, había hecho espacio. Con el mocoso en brazos recordó una frase que había subrayado con la mirada perdida en El oráculo de vida pasadas. Se alejó un largo rato de la vista de todos.


Cuando Jorge no vio a Sandra pensó que se habría ido a hacer pis entre los yuyos. Las otras dos familias se habían dispersado a lo largo del puente y algunos habían bajado a una pequeña playita. Estaba cada uno donde quería estar. Jorge estaba entregado al éxtasis del hormigón. Pasó casi una hora hasta que Sandra volvió a aparecer pero Jorge ni se había dado cuenta. La vio venir caminando desde el otro extremo del puente, saliendo del túnel que atravesaba la montaña. Estaba aliviada y liviana. Los brazos le colgaban sueltos al costado del cuerpo. Le dijo a Jorge que quería volver a casa, que ya estaba la aventura y que el espacio había sido hecho. Jorge le dijo que faltaban las visitas a las bodegas y que había reservado una excursión para hacer rafting. Ella pidió volver al complejo. Vamos yendo nosotros, avisó Jorge al resto que descansaba en la playita. Ya en el complejo tuvieron un cruce de palabras. Él no quería viajar de noche, ni irse así, de la nada. Sandra le dijo quedate, me voy sola. Armaron las valijas y cargaron el baúl del auto. Jorge pensó que este era uno más de los tantos cambios de humor de su mujer y se lo atribuyó a la menopausia, como siempre.


El viaje de vuelta fue silencioso y con una sola parada. Jorge subió algunos puntos el velocímetro respecto a la ida. No entendía mucho, pero prefirió no preguntar. Para él no era necesario hablarlo todo. Cuando entraron a su casa Sandra le dijo a Jorge que todo se veía más grande, más espacioso, pero a él le parecía el mismo lugar de siempre. Sandra puso la tele de fondo y empezó a desarmar las valijas. Mientras Jorge se bañaba ella escuchó que en el noticiero hablaban de un niño perdido en la represa de San Rafael. Cambió de canal y se sirvió una copa de vino.



Sobre Gaby

Gaby Ram Actriz, dramaturga y directora teatral. Es docente de literatura. Coordina el taller y espacio de escritura Un Rayo, enfocado al cruce de géneros y disciplinas. Publicó cuento, poesía y teatro en diferentes antologías como "Los vicios de los muertos" (Hormigas Negras), "Territorixs" (Tipas Móviles) y "Revolución, escuela de un sueño eterno" (Mala Testa). Escribió reseñas teatrales para la Agencia Paco Urondo. Actualmente, trabaja en su primer libro de relatos próximo a editarse.

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