"Todos quienes escriben saben que esto no se elige, que uno se involucra en esto. Es como el hampa, te metés y luego no podés salir", afirma Germán Carrasco. Entrevista realizada por Alan Talevi.
Foto: Cortesía Germán Carrasco
Alan Talevi (AT): Germán, si bien desde los comienzos de tu obra se percibía cierta mirada social, cierto posicionamiento político (pienso, por ejemplo, en “Acerca de la muerte de dos perros guardianes…”, de tu primer libro, o en las niñas-ciervo de Nueva Independencia), mi sensación es que el aspecto político de tu escritura se ha vuelto más patente y transparente en tus últimos trabajos, La mantis en el metro y Pumas en la Alameda, donde se nota una heterogeneidad de formas (poema largo, poema corto, prosa poética, poema-ensayo…). La primera pregunta es doble: ¿Cómo ha impactado en vos la ebullición política en nuestro continente y, en particular, en tu país? ¿Por qué este giro formal en tu escritura, precisamente, en La mantis…?
Germán Carrasco (GC): Yo pensaba que uno debía cumplir ciertos requisitos formales para ir, libro a libro, conquistando una libertad y ciertas licencias. Según alguna gente, en Ruda llegaba a una libertad, a ocupar la cancha, la sala de baile completa. Aunque cuando viví en Buenos Aires, ahora veo, hice un libro que publicó Rocío Cerón en México, intentaba de alguna forma -también de manera inconsciente ahora veo- sumarme a la tradición insurgente, independiente y dialectal de la poesía argentina —sé que hay varias poéticas, pero hay algunas constantes—. Quizás es eso, simple sentido del deber con la forma para luego tener derecho a plantear tu juego. Aunque quizás cuando se habla de espacio, se piensa en poéticas expansivas y yo tiendo a ocupar poco espacio, a replegarme, a jibarizarme (ojalá) hasta la condición de virus. Todo esto en el contexto de la tradición chilena que transforma la represión en reglas y formatos. Pero, esa especie de calabozo, se torna productivo: no como esa tradición lo quisiera, sino como su tiro en la culata. Siempre estuvo en lo que escribí esa cosa punk, el panfleto contrabandeado en poemas que, quiero creer, tienen todo el refinamiento y la exquisitez que soy capaz de imprimirles. Dentro de esos barcos, entonces, infiltrar los polizontes.
Con respecto a Pumas, pasó que el estallido social de octubre fue una cosa de dimensiones oníricas o alucinatorias. Cada performance superaba a la anterior y eran todas anónimas. Los muchachos hackearon la pantalla mapa del Costanera Center, de manera que la gente buscaba sus tiendas con el dedo índice y encontraba a la mascota con una frase de Debord o una pancarta contra el gobierno. Me habría gustado que mi hijo argentino viera todo eso (con antiparras para los ojos y mascarilla antigases, obviamente). Si alguna gente que murió meses antes hubiese visto el estallido, habría vuelto a la vida, no se habría dejado morir. Luego de eso la pandemia le salvó el culo al gobierno, que pudo decretar un toque de queda que permanece el día de hoy. En pandemia entonces bajaron con bastante frecuencia pumas desde la cordillera a la ciudad, que estaba vacía. Jugaban de espaldas como gatos, paseaban por la ciudad como si nada. Pensé que los pumas habían bajado para sumarse a la revuelta y que habían llegado atrasados. Las muchachas y muchachos de la revuelta eran pumas, las primeras líneas que detuvieron a la policía que disparó a los ojos y cometió violaciones a los derechos humanos e incendió el cine donde estaba la Cruz Roja que asistía a los heridos. Pocas cosas hay más tristes que el incendio de un cine. Con todas esas cosas sucediendo, yo creo que hay que dejar constancia desde una declarada posición pro-revuelta. Con toda la prensa en contra.
La revuelta fue intransitiva, su única función era detener el abuso, dar una sinopsis del fin del capitalismo, sin líderes. Se prohibieron las banderas de partidos políticos, no hubo discursos, los krishna bailaban con sus mantras, una mujer con cáncer de mama y su esposo, casi desnudos, marchaban de la mano. La prensa quiso criminalizar el movimiento, asociarlo con el narco y todo eso, pero fue la performance más auténtica que he visto nunca. Imposible describirla, pero al menos quise hacerle un humilde saludo, porque hizo replantearse todo.
AT: Tu obra abunda en referencias a lo fílmico, al registro. Sin embargo, hay también instancias en las que se percibe una resistencia a capturar el instante (“El instante es para ti, no para la página”; "admitamos que hay más en el mundo que escritura"). ¿Cómo es esa tensión, entre escribir el poema y no escribirlo? ¿Cómo es el proceso de decisión sobre que llega a la página y qué no?
GC: Yo crecí entre la culpa cristiana de la Mistral, que influye en la culpa escritural de Lihn, que deviene metaliteratura. No soy digna de Dios, no soy digno del poema. Yo no trabajo con materiales devaluados. Me interesa el poema honesto, la forma que emociona, el poema de amor, pero siempre queda la huella de oruga de la culpa, el por qué hago esto y no estoy estudiando textos religiosos y ayunando o haciendo trabajo duro en un huerto, el por qué no llego a la emoción que quiero transmitir. Todas esas preguntas dejan una huella de oruga en el poema, pero siempre intento que el poema no sea exclusivamente esa huella de oruga.
AT: En tus libros aparece, con insistencia, una cierta actitud de voyeur. Siempre me pregunté al leerlos si se trata de un ejercicio de desdoblamiento, o si efectivamente encontrás materia poética desde la observación distante.
GC: Es un oxímoron: yo -efectivamente- me enamoro a primera vista de la gente, cómo un papá peruano le enseña a su hija la tarea de inglés en el metro, la elegancia de la gente después de sus trabajos, una anciana cuidando su jardín, esa elegancia a pesar de esos trabajos sin horarios, eternos, y ni hablar de las mujeres, que son medio pumas de montaña o divinidades de la India con varios brazos. Todas esas escenas, enmarcadas por un crepúsculo que rebota con la cordillera cuando está nevada, por ejemplo, es algo demasiado hermoso. El dolor parece ser el mejor salón de belleza, el mejor taller literario, el mejor gimnasio. Uno desarrolla estrategias para mirar sin importunar. Bignozzi habla de eso, de una dignidad proletaria, o Helder cuando la analizaba y hablaba como de una elegancia o refinamiento obrero. Quizás es eso. Pero por otro lado soy muy fóbico. Me encanta la gente pero me cuesta un poco estar con gente. Además, estuve de pareja diez años con una cineasta con quien intentamos mirar el mundo juntos, eso también influyó. Y eso también me dejó resentido o divorciado por largo rato con el cine y la imagen.
AT: En Calas, en el poema “Un sólido castillo es nuestro dios”, contemplás a una pareja que a su vez mira desde su ventana la construcción de un edificio. Me sorprendió gratamente encontrar ese mismo motivo en La mantis en el metro. ¿Cómo es revisitar ciertas imágenes tantos años después? ¿Cómo te llevás con el paso del tiempo y qué le hizo el tiempo a tus materiales como poeta?
GC: Pound decía que es mejor dar una sola imagen en toda la vida. Era al principio la pareja mirando la construcción del edificio, signo de un capitalismo pujante. La clase media ilustrada criticaba a las constructoras con excusas relacionadas con planificación y arquitectura, pero era simple clasismo, no querían ver morir sus plácidos y desmesurados barrios burgueses y provincianos. No llegué a escribir un ensayo extenso, sólo quedó esa pareja voyeur, revisitada luego de treinta años. Los años son buenos editores, todo se hace más leve y sabio, quiero creer. Me da pánico llegar a viejo con ansiedades de novato, he visto demasiadas veces eso. No le tengo miedo a la muerte, le tengo miedo llegar a viejo sin cierta serenidad y sabiduría.
AT: De vos se editó, acá en Argentina, Metraje encontrado. ¿Cómo describirías la experiencia de ese libro?
GC: Yo tuve una pareja que era de la cinematografía. Metraje encontrado fue como buscar, en un punto, los parientes de nuestra relación. A falta de un pasado, buscar en las ferias de pulgas las cintas de Súper 8 con todas esas escenas de gente nadando, bebés aprendiendo a caminar, y tratar de adoptar ese material abandonado, y bautizarlo, darlo un contexto, una habitación, un lugar y un nombre. Hablo en el libro de saqueo y resurrección. El poema como una actividad de saqueo y resurrección: saqueo el material de las cintas y a través del montaje, la sintaxis y del poema lo resucito, esa es la idea básica. Es un libro de búsqueda sobre esos amigos imaginarios y anónimos.
Como te decía antes, a propósito de la mirada: me es muy fácil enamorarme, no sé, de un obrero haitiano guerreando con el concreto y hablando en creole; el metro, por ejemplo, no sé si es un espacio de la impunidad de la mirada como sí lo es una playa, o una cancha de patinaje o un salón de baile, donde la gente va ex profeso a ser mirada. En el metro no hay, esa impunidad de la mirada pero hay una cierta complicidad, mientras no importunes la mirada está permitida. Por eso los japoneses hacen el inemuri, que es una siesta fingida o breve para no joder al otro con la mirada, esa es una de las razones del inemuri. Acá en el metro hay ese pacto: en un punto, siento tu mirada, siento tu compasión, tu admiración.
Con las personas que habitan las cintas del metraje que se encuentra en las ferias pulgas no tienes ni siquiera relación, hay una impunidad total, puedes escudriñar e imaginar. Gerardo [Gerardo Jorge, editor en n direcciones] hizo un trabajo magnífico. Ese texto se publicó primero en Buenos Aires, y luego recién acá. Acá, en general, la edición consiste en un trabajo policíaco cuyos criterios nunca he comprendido del todo.
AT: Me interesó esa imagen que trabajás del poeta como chasqui, allí hablás un poco del poema como algo que requiere un esfuerzo, ¿no?
GC: El chasqui en el sentido de posta: uno toma una posta, una tradición, un texto, y lo lleva hacia otro lugar. Es lo que hacía la gente antes de Internet. Me acuerdo cuando iba Sergio Parra a Buenos Aires y traía libros de todo lo que uno acá no podía leer. Hoy, todavía, cuando viajo a Buenos Aires, me dicen: por favor, traeme este, este, y este. Voy, entonces, hablo con el autor, consigo las cosas que me piden y las llevo a Buenos Aires. Esa es una actitud de chasqui.
También, sí, puede entenderse como una tradición. Cuando en atletismo llevas ese báculo pequeño, el testimonio, en una carrera de postas. Es similar a lo que hace el chasqui, le pasa un mensaje a otro. El chasqui es un Mercurio. Quiero creer que el poeta es una especie de Mercurio que porta algún mensaje, ojalá con algún interés.
Está también el tema de los dos extremos de Chile, Pisagua, que fue un campo de prisioneros desde siempre luego en los 50 con las leyes malditas, campo de prisioneros, también en la dictadura, porque es una cárcel natural, no hay por dónde huir. Eso, y por otro lado Porvenir, en la Patagonia. Los dos extremos del territorio conectados por ese chasqui.
AT: Germán, la escritura, ¿para qué?
GC: Todos quienes escriben saben que esto no se elige, que uno se involucra en esto. Es como el hampa, te metés y luego no podés salir, y encima te das cuenta que aprendiste los trucos de supervivencia, los códigos y que encima hay algunos que te valoran. Pero luego te das cuenta que es la mejor gente que escribe es la más arriesgada, la menos temerosa de la muerte, la más atractiva y glamorosa. Y que el ejercicio de escribir es goce, ampliación del mundo, transformación de ti mismo. Está eso, pero también está el tema, en Chile por lo menos, de no permitir que los mismos de siempre se queden con el relato y que ocupen el campo cultural y la cancha y los pinceles impunemente. No, hay que quitarles todo, hasta su propia alta cultura conservadora. Voy a sonar majadero y cursi, pero dicho esto, voy a insistir con el tema del amor. Por eso y para eso, creo yo, es este ejercicio.
Dos poemas
XIMENA [extracto, de Pumas en la Alameda (Libros Tadeys, 2020)]
Si me oculto en la primera persona de un puma
para hablar del recorrido que hice
durante el estallido y la pandemia
desde la precordillera hasta la ciudad,
lo que alguna gente llama “bajar”,
uso del verbo que siempre me prohibí,
¿Seguirán refiriéndose exclusivamente
a mi condición de mujer
que se escondió tras la figura de un puma?
¿De estrategias de travestismo y teoría x?
¿Nadie hablará del recorrido o la fascinación
de la mirada extraterrestre y animal?
¿Del hecho hermoso de la presencia de uno o tres
o dos pumas en pleno Santiago?
¿De la rotunda belleza de una ciudad vacía?
No, no es ninguna noticia falsa.
Las muchachas y muchachos
eran manadas de pumas
en una Alameda onírica. Pumas
sin distinción de ninguna especie.
¿Sólo hablarán de mí en tanto minoría
o sea: con paternalismo y menoscabo,
una especie de minoría de clase alta?
¿Nadie notará mi elegancia felina
ni se referirá, por corrección
malentendida, a mi belleza? Estoy enjaulada
en una identidad fija de santiaguina
de clase media alta sin particularidades étnicas
poco atractiva para la academia
pero sí para los obreros de la construcción.
¿En serio se olvidarán del puma
y sólo intentarán cristalizar mi identidad:
cristal para romper y arrojar
a un diminuto columbario académico
con el rótulo de mujer de clase media
escasa de interés antropológico y literario?
En esos cajones fúnebres llamados archivos
descansan las cenizas de todos
los poetas anónimos de la antología
si se me permite usar lenguaje no-inclusivo.
Ahí están también las cenizas
de las personas de verdad excluidas:
aquellas esquivas a las clasificaciones.
—Abuelas y madres, cuando no querían dar señas
de género para referirse a alguien,
decían “una persona” Aprendí de ellas
a redactar sin dar señas de identidad y género
que, por lo que veo, es lo único
de interés para ustedes.
Ustedes son capaces de ser testigos
del mismísimo tigre —un relámpago
que convierte la noche en día
para advertirnos de la presencia de la luz—
y aun así buscarían un pretexto
para justificar su letra muerta,
y la belleza y misterio del animal
pasarían a un plano secundario.
A VER, YA, UN EXPERIMENTO SIMILAR A BORRAR UNA FOTOGRAFÍA [de Metraje encontrado (n direcciones, 2018)
jamás disfruté los trucos extraliterarios
pero imagina una gota de agua
-una lágrima o una gota de mezcal-
en la página que escribiste
y que acaba de salir de la impresora:
la tomas con ambas manos y la mueves
como si la gota fuera un barco
en el agua quieta de la página.
Jamás me entusiasmaron las imitaciones
del expresionismo abstracto:
tanta mancha ebria y tanto alarde
ni el escapismo de la poesía
concreta. Pero imagina
que lo que estaba escrito
empieza a disolverse con la gota
y se borra todo y respiras
de alivio.
Sobre German
Germán Carrasco nació en Santiago de Chile en 1971. Estudió letras en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile. Fue parte del taller de la Fundación Pablo Neruda, del taller de escritores de la Universidad de Iowa y del Tree House en New Bedford & Gloucester, Massachusetts. Su obra poética ha sido distinguida con diversos premios, entre los que sobresalen el Pablo Neruda, el Sor Juana Inés de la Cruz, y el del Consejo Nacional de la Cultura y las Artes. Ha sido traducido al inglés, al alemán y al italiano. A su vez, ha traducido a John Landry y Robert Creeley, entre otros. En Argentina, n direcciones publicó su libro Metraje encontrado. Recientemente, Seix Barral editó La mantis en el metro.
Foto: Archivo Google
Sobre Alan
Alan Talevi nació en Buenos Aires en 1980. Obtuvo el primer y tercer premios del Concurso Itaú de Cuento Digital (2016, 2017), el primer premio del Círculo de Estudiantes de Artes de la Escritura (UNA) (2017) y el 2do Premio del Concurso Luis José de Tejeda (2019). Publicó en diversas revistas y portales literarios (Evaristo Cultura, Letralia, Atletas, Cara de Perro, entre otros) y en las antologías "La Plata, Ciudad inventada" (Primer párrafo, 2011) y "Los bordes de la biología" (Evaristo, 2018). En 2019 Malisia Editorial editó "Pero ninguna palabra sobrevive" (cuentos) y Cuentos María Susana publicó "Trol". En 2020 la Editorial del Municipio de Córdoba editará su libro de cuentos "Anomalía". Fue incluido en la antología Audiocuento y es uno de los fundadores y editores de la editorial Salta el Pez. Estudia la Licenciatura en Artes de la Escritura de la UNA.
> Entrevista realizada por Alan Talevi. Si querés contactarte con él, escribile a alantalevi@gmail.com
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