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CAÍDA LIBRE: un cuento de Jorge Arturo Sansosti

"Ahora, si quieren, dejen correr la película", nos invita el señor Cáceres a construir una parte de esta historia. Nosotrxs, te invitamos a leerla.

Imagen: “La invisible mano del mercado me trajo hasta aquí”, (2019). Serie: “En la puta calle”. Técnica: xilografía con Chine-collé / Prueba de artista / Autor: Jorge Sansosti


-Señor Cáceres, entregue sus cosas de trabajo y pase por caja, a partir de mañana prescindiremos de sus servicios.

-No entiendo… ¿Qué pasó? Señorita Raquel ¿Hice algo malo?.

Ella me mira de arriba abajo con cierta pena.

-No sé, señor Cáceres, eso háblelo con el jefe, yo solo comunico lo que me dijeron…

Siempre la misma cantinela, siempre el mismo latiguillo: “que su desempeño fue bueno pero… Que cumplió con las expectativas pero… Que hay un nuevo perfilamiento de objetivos… Un contrato que no se va a renovar…Que cayeron las ventas… Que hay que resignar recursos humanos… Que la recesión… Que hay que decidir quién se queda y quién se va… Que usted es nuevo… Que blablablá…”. Y chau, adiós….”Gracias por los servicios prestados” y otra vez en la calle y con esta van…


Dejo los elementos de limpieza y el uniforme en el depósito, entrego todo a cambio de un recibo que me extiende el encargado sin emitir palabra.

La señora de la caja trata de no mirarme directo a los ojos, con la cabeza bien baja y, evitando todo contacto visual, cuenta unos pocos billetes de manera automática, impersonal y me los alarga desde la ventanilla sin hacer ningún tipo de comentario. Yo los tomo y agradezco con voz ahogada esperando una respuesta o algún nivel de empatía desde el otro lado, algo que nunca llega, al fin echo un largo suspiro y salgo a la calle.

La calle -ahora- tiene otra luz, metafóricamente hablando ilumina todo a mi alrededor pero a mí me mantiene en una especie de cono de sombras… Incertidumbre se llama…Otra vez en la puta calle…

El cono de sombras me persigue como si fuera un seguidor.


¿Y ahora...? Hurgo en mi bolsillo y encuentro un cigarrillo que andá a saber cuánto hace que estaba ahí, en algún recóndito rincón, aplastado, apelmazado, doblegado, casi una metáfora de mí mismo. Lo enciendo pidiendo fuego, 45 años y buscando laburo, complicado...

Sigo caminando, en el otro bolsillo está la liquidación, leo : “2 meses de contrato a prueba”. Pienso: “ Je, se ve que no pasé la prueba, a esta edad nunca paso la prueba”. La dejo caer al piso con un gesto de fastidio y derrota.

Alto. Stop. Pausa.

Paren la película.


Quiero que miren esa cara, esas manos, esa postura corporal. Graben ese gesto en su memoria. Ese momento es un momento bisagra en mi vida. No digo que a todos les pase igual, sino que eso es lo que me pasó a mí.

Ese día me di por vencido, ahí se inaugura mi caída y, una vez que arrancó, nunca se detuvo.

Es que no hace mucho yo no era un fracasado. Era un tipo que tenía un buen laburo, con vacaciones, aguinaldo, jornada de 8 horas, con mucho esfuerzo fui escalando posiciones en una empresa y -en unos años- llegué a tener casa, auto, los chicos iban a colegios privados, salud prepaga, club y la mar en coche.

Después de 15 años, la empresa se declaró en quiebra. De un día para el otro la vaciaron. Ustedes ya saben cómo es eso: despido sin indemnización, juicio eterno sin resolución.

Los dueños se llevaron toda la guita afuera y aquí dejaron el tendal (amparados por un juez amigo). Resultado: quiebra fraudulenta y chau che. 354 personas en la calle sin el resguardo de la ley.

Esto sí les pasa a todos: arrancar de cero lleno de privaciones e ir disfrutando de los logros es muy llevadero, pero -una vez que te acostumbraste a un cierto nivel de vida- adaptarse a gastar menos es muy difícil y nadie quiere probar las restricciones de una nueva pobreza, entonces se abre el portal de los tejes y manejes para mantener las apariencias y ojo amigo, cuando empezás con ese peligroso juego ya no hay vuelta atrás.

Cuando no querés parar la pelota, levantar la cabeza, mirar cómo está parado el equipo y elucubrar cómo sigue la jugada, estás en problemas, vas cuesta abajo . Ya con más de 40 años, se me hizo difícil encontrar laburo.

El país entró en una recesión sin precedentes y mucha gente se quedó sin laburo.

La desesperación me llevó a tomar trabajos cada vez peor pagos, más inestables y más complicados. Probé de todo: trabajos administrativos, peón de albañil, ventas, venta callejera, viajante, limpieza, etcétera.

Mi ex, en ese tiempo mi esposa, también se quedó sin laburo de un día para otro. Entonces las cuentas se amontonaron y se empezaron a caer los pocos logros que alguna vez tuvimos. Empezaron las ejecuciones patrimoniales, primero el auto. Después, la casa y empezamos a alquilar. El horizonte se puso picante. Adiós prepaga, adiós escuela privada de los chicos. Los cambios fueron difíciles de asimilar.

La tolerancia familiar desapareció, la empatía brilló por su ausencia, dejamos de ser un equipo y las discusiones no tuvieron final, y de pronto nos encontramos en una encrucijada donde nos dijimos cosas que no debimos ni quisimos decir. Así de tontos nos pusimos en ese trance. Las recriminaciones acumuladas dieron lugar a los insultos y al maltrato y la familia se desarmó. Las cuentas siguieron sin cubrirse. Ya -a lo último- nos cortaron la luz, el gas y vino el desalojo del alquiler.

No sé bien qué fue primero, si la desintegración familiar o la caída en el abandono personal de forma absolutamente penosa.

No sé qué fue más doloroso, si que los chicos hayan terminado lejos mío o el haberme despertado entre mi propio vómito en medio de la calle por el pedo que me agarré tratando de anestesiar mi sorda desesperación o -simplemente- que lo primero dejara de importarme y lo segundo se repitiera casi a diario.

No sé qué fue más vergonzoso, si el haber perdido todo por no haber sabido jugar mis fichas o naturalizar este presente de estar viviendo en la calle, donde me olvidé de lo que es pegarse un baño. Este presente sin ninguna ambición cercana ni lejana.

No sé qué fue más abyecto, si el haber abandonado la idea de intentar torcer este destino o el haber tomado conciencia de que lo único que me preocupa en este momento es saber dónde conseguir un buen trago de caña, dónde habrá algo de comer y resolver, dónde voy a pasar la fría noche que se avecina (en ese orden) con estos viejos trapos como manta, medio a escondidas para que la yuta no me moleste y me dejen dormir tranquilo, sin echarme.

Ya no siento…

Ya no siento dolor, vergüenza, miedo… Solo siento la urgencia del alcohol en las entrañas, solo siento hambre, solo siento frío.

Así de básica es mi precaria existencia.

No quiero pensar que soy una víctima, sé que el contexto determinó varias coordenadas para este presente -del que me hago cargo- al cabo que ya no me importe.

Pero si me preguntan cuándo empezó mi desventura, mi desgracia, debo decir que no empezó cuando perdí el laburo, la familia, la casa, el auto, ni el status social .

Mi verdadera caída empieza ahí, donde quedó detenida la película, en el preciso instante en que me doy por vencido, donde dejo de luchar. Ahí empieza mi caída libre y esa mierda fue tan vertical como el obelisco.

Es el momento en que suelto las riendas y me entrego sin resistencia a lo que venga, donde dejo de intentar, donde me abandono al destino.

Es el momento en que dejo de ser un hombre.

Es el momento en que ese cono de sombras me atrapó y ya no me abandonó.

Ya todo me da lo mismo, nada me importa, nada tengo, nada pretendo…

Aprieten el play.

Ahora, si quieren, dejen correr la película.

Ya saben cómo termina.


Nacido en Banfield en 1960. Docente jubilado. Profesor nacional de pintura Escuela Nacional de Bellas Ates Prilidiano Pueyrredón. Maestro nacional de dibujo Escuela Nacional Bellas Artes Manuel Belgrano. Se desempeñó como docente de artística en escuelas primarias y secundarias de la provincia de Buenos Aires.


> Si quieren contactar a Jorge pueden escribirle a jorgesansosti@gmail.com

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