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El universo es un golpe severo en uno mismo

Actualizado: 22 may 2022

En esta oportunidad, presentamos a Juan Avendaño (1985, Santiago del Estero). Los poemas que compartimos forman parte de “Mientras veo la luna en un vaso de vino” (Editorial Chernobyl) y “Casa con Fantasmas” (inédito).


Juan Santiago Avendaño publicó, recientemente, el poemario Mientras veo la luna en un vaso de vino por Chernobyl Ediciones. En su obra se destaca la paciencia del buen observador. Sin dudas, la poesía de Avendaño genera en mí un placer enorme. Pareciera ir a contra luz de los del tiempo que le ha tocado, con largas y trabajadas construcciones estéticas. Rompe el molde de la poesía del "yo" ( y digo rompe el molde, porque como bien dice María Belén Aguirre "Cualquier intento de quitar al "yo" es una masacre").

En su poesía, nadie va al kiosko a comprar cerveza, sino que aparecen escotillas por las cuales Dios mira el mundo así como también el reconocimiento de los distintos elementos como pulsiones de vida “Mucho antes de aprender a pescar/ el río me enseñó la complejidad del universo”. Esto no es una reseña, pero la voz de este autor congrega a sus lectores al pie de una casa hermosa levantada con manos suaves.



Mientras veo la luna en un vaso de vino


Hay un invento antiguo en el cielo,

sostenido sobre las rejas,

en el humo de las ciudades,

y la indeterminable precisión de las fronteras.

Un ojo solitario,

la escotilla por donde Dios mira el mundo

cuando no hay nada para ver en la pantalla.

Hay un ojo o un invento puesto por alguien en el cielo

corazón borracho

que canta en el fuego

repite ritmos aprendidos en una caverna,

y sonríe a cada cosa iluminada.

Hay una excusa constante clavada en el cielo

que nombra a las cosas que la rodean.

Mitología desdibujada en un pizarrón vacío.

Hay una Nación

en la negritud del universo,

libre de banderas y montajes,

rodeada de estrellas muertas.

Luz que perdura como el pasado.

Hay una razón en el cielo

para no sentirte solo cuando bebes

mirando la luna.



 

Mahaprajnaparamita


Mucho antes de aprender a pescar

el río me enseñó la complejidad del universo.

La imprecisión física determinó

que la piedra se sumergiera en el primer golpe.

El universo es un golpe severo en uno mismo.

Luego aprendí el movimiento vital

y la piedra rebotó

para demostrar que no estoy solo en este orbe,

golpea de nuevo y el planetario entero es una pecera salvaje,

rebota plana sobre la superficie

oxigena el agua,

permite que haya vida más allá de nuestra vida.


La parábola continúa sobre el lomo del río,

y se repite hasta llegar a la otra orilla,

En su viaje transforma el manto del agua,

en miles de planetas dispersos,

en planos de una realidad cambiante

a medida que la piedra se sumerge

víctima de su propio peso

de la finitud de su movimiento,

sobre el principio de otra orilla.

El mundo es una piedra iluminada

que late en una mano inocente

esperando el movimiento inicial.


 

Un cielo cargado de explosiones,


Un cielo cargado de explosiones,

aurora boreal en la fosforescencia de la pólvora:

el regreso al poema de las langostas,

Sólo uno sobrevive

en la resistencia salvaje de los insectos.

Escribo poemas como relatos,

personas como personajes,

héroes griegos menos poéticos que económicos.

Contarlo todo es igual a no decir nada.

El mutismo florece.

Vivo al dictado,

quiero construir una cúpula que se parezca al cielo

y termino escribiendo la palabra bóveda,

que nadie salga, que nada entre,

que el hermetismo sea refugio.

Un lugar para estar a salvo de los bombardeos,

un lugar plagado de libros,

musical pero sobre todo silencioso,

ni una mosca que se anime a atravesar mi cielo,

mi bóveda, mis árboles imaginarios,

mis pájaros científicos,

los ratones tan míos como las cucarachas inmortales.

Cerrar el cielo, la bóveda, el refugio,

conmigo adentro,

que la música suene,

las jirafas bailen,

el fuego crezca

el humo se eleve

y la dinámica explosiva

fraccione el infinito,

juegue con los restos

y que en su lenguaje

se revele el poema.


 

Casa con fantasmas


I

Si quiero ablandar el espacio frío,

busco decir tu nombre

o algo que te halle.

Intento decir las horas

y la noche

en versos separados.

Quiero la iridiscencia de una boca azul,

el camino siempre incorrecto hacia adentro,

la procesión de los cuerpos,

los invisibles

los perdurables.

Busco sonidos vitales en otra dimensión.

-Mi casa siempre será un lugar sonoro-.

Hay quien dice la voz

y no tiene otra palabra que ocupe su tiempo.

Hay quien dice el tiempo y vive arrastrando el pasado.

Hay quien dice hoy

y no se inunda de presente.

Yo prefiero saludar

cuando pasan a mi lado,

saberlos presentes,

como el tiempo,

en un lugar donde nunca se nace

mucho menos se muere.


II

Hay algo que sucede en este espacio,

que ellos llaman ahora,

algo que circula de unos a otros

una transmisión colectiva

una desproporción adjetiva

que vuelve novedosas sus histerias,

ignoran que todo esto ya ha sucedido impensadas veces

y sin embargo no le quita fatalismo.

La procesión de la flor naciente,

el regreso eterno hacia la semilla.

Un niño mira crecer el césped

y para él todo es novedad.

Nosotros, los eternos,

vemos las horas suspendidas en la noche.

Una planta crece en las sombras

sin que nadie la mire,

la ceguera es un lugar húmedo.

Una avenida de días atraviesa este patio

un velo gris me impide oler las flores,

las desintegra en el aire,

como una mariposa negra que vuela hacia el fuego.

La luna se refleja en los terrones,

ese perro me mira,

incluso me escucha,

ha descifrado el lenguaje de los muertos.

Se acomoda al hombre que camina a su lado,

Él presiente que algo vibra en su mano,

algo ausente,

quizás un recuerdo,

luego sonríe.


Los mundos son poblados por fantasmas,

algunos siguen vivos,

yo simulo estar muerto,

de este modo veo crecer la tarde hasta cubrir el sueño.



Sobre Juan

Juan Avedaño nació en Santiago del Estero en mayo de 1985, provincia en donde aún vive. Trabaja como abogado, escribe poesía desde los 20 años y forma parte de “Poesía Circular”, grupo que nuclea a poetas de Santiago del Estero. Ha publicado el libro Mientras miro la luna en un vaso de vino por Chernobyl Ediciones, y también poemas en diarios locales, revistas literarias y antologías poéticas.



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