“Esto no es una reseña, es una invitación a conocer a un poeta excelente”, escribe Misael Castillo sobre la compilación de poemas de Jaka.
Sebastián Jaka es uno de los poetas contemporáneos más interesantes que leímos. Disfrutamos su poesía tanto como disfrutamos la poesía de Rita González Hesaynes, de Jotaele Andrade, o de Valeria Pariso. Jaka aún no publicó ningún libro, pero desde +poesía queremos compartir algunos de sus poemas, porque como militantes de la palabra creemos que la suya debe llegar a muchos sitios.
¿Un poeta tiene que publicar libros? Probablemente, sí. Tal vez sea necesario porque es un archivo, un lugar de consulta, para entender el mundo, su pasado y todo aquello que no pudimos tocar o ver ¿Cambia algo para un poeta cuando publica? Es posible, pero no necesariamente. La poesía es un acto de buena voluntad, de amor. Sobre todo, teniendo en cuenta que no es un género al que el mercado editorial destine demasiados recursos y, de todos modos, por más críticas que hagamos, el mercado editorial hace con sus recursos lo que quiera.
Tal vez, somos quienes leemos, los que debemos decidir qué leer y qué no, porque, claramente, leer es una elección: “Un libro que leo es un libro que no leo”. Una frase que le escuche decir a Pablo Solari, guitarrista de la banda El Golem de Greda. Citaba a Alejandro Dolina. En ese sentido, estamos convencidos que (como lectores) somos quienes, de alguna manera, construimos los estándares del mercado y, con ello, lo que vamos a dejar para la posteridad.
La poesía de Jaka no es una poesía cómoda para el mercado del mainstream. Ataca a la profundidad. Reivindica el objeto estético de su escritura, y no se detiene en lo superfluo. Es algo que aclara en el poema –uno- que elegimos: “porque un poema feliz es una ofensa para los que tenemos los huesos negros”. Son varios los campos semánticos que atraviesan a este conjunto de poemas por lo que es muy amplio para sistematizar.
Por eso, esto no es una reseña, es una invitación a conocer a un poeta excelente.
>Poemas
Lluvia sobre la tumba de un perro muerto
Llueve y me digo que es un buen momento para escribir un poema.
¿Pero qué os podría contar que ustedes ya no sepan?
He dejado aquí mi sangre y mi cartílago, y he quedado al desnudo como en un catálogo de pornografía de la tristeza
y cualquiera que haya leído mis poemas puede pasarse largas horas sentado frente a mí, sin decir palabra alguna, para saber de qué van mis cuitas:
soy tan obsceno que muestro mis huesos al que quiera mirarlos, como en una radiografía expuesta al inescrupuloso sol de la tarde
pero lo que sí les puedo contar, es que hace pocos días, ha muerto mi perro más viejo
que los gusanos le tajearon una sonrisa donde de pronto rió la muerte
que murió escondido detrás de un árbol de amplio follaje, rodeado de flores y moscas
esas moscas que son como ángeles negros que se llevan la vida en un oscuro y tenebroso cortejo
que lo enterramos en el jardín de casa, que la tierra estaba muy dura para la pala
que hubo que cubrirlo con cal viva para que su muerte no sea una ofensa
que mis otros perros hurgaron la tumba y uno de ellos apareció con un pedazo de la cola como si hubiese cometido un delicioso delito
que hace quince días el diazepam es el único alivio que encuentro para el napalm que hace llamear mis huesos como en una pira mortuoria
que fui abandonado cruentamente por una mujer que tenía su corazón en una mochila de viaje
que el ciruelo ya ha perdido sus pesados racimos
también podría contarles cosas felices
aunque para eso tendría que mentirles
pero a casi nadie le interesan los poemas felices
porque un poema feliz es una ofensa para los que tenemos los huesos negros y umbríos como las raíces del enebro
y hurgamos en la tierra lóbrega en busca de aquel corazón que nos fue arrebatado en la infancia, justo en el momento en que finalmente empezábamos a nacer.
Niña dormida que sueña en lo profundo
Niña dormida sueña que sueña que es el ojo de pez donde nada el mundo.
Todo lo ve y lo sueña, todo, pasa por su ojo limpio como la primera aurora:
el pájaro, la torre, el alfil, la discordia, el hombre y su boca negra, negra
toda la maquinaria que puso a andar al mundo desde que mundo
todo, todo, pasa por su ojo de niña dormida.
Pasas tú con tu sesta de arreboles y fracasos
pasan los eones y los cometas, y la perla que dio origen al universo
la idea de dios
el suicidio del alba
pasan los camellos que llevan en sus gibas el agua que calma la sed de las bestias eternas.
Y paso yo, de puntillas, con este poema de vigilia, con temor a despertarla
porque si la niña despierta, oh, si despierta ¿seguiríamos siendo entonces?
¿abrirá el pájaro con su trino el nuevo día y su vasto velamen?
¿cantará la madre al niño su canción de cuna?
Pero la niña despertará, indefectiblemente, y tú y yo seguiremos aquí
y acaso no seamos ya más que un recuerdo de su sueño
una imagen que empieza a desvanecerse en su primer bostezo
en su lento despertar
porque ya se sabe que la muerte es la vigilia que camina de espaldas con los ojos abiertos, o una niña que duerme y nos sueña, y al despertar, encuentra todo bueno para ella.
Atado a la cadena de un viejo buque
Que se hunde en este mar en cuyo fondo me encallo como un ancla
Un ancla que ha echado mi padre el día de mi nacimiento
Mi padre marinero
Mi padre de aguas profundas
Mi padre alas de hierro
Repito los gestos de un ahogado que se ha aprendido de memoria el arcaico abecedario del mar
Y dibujo arcanos en la arena con la forma de mi padre
Su barba de estambre donde se juntaban los vientos y las nubes de tormenta
Sus ojos de tortuga milenaria
Sus manos calludas, los dedos cortos y anchos como pequeños riachos cenagosos
Y me pregunto
si al arrojarme como un lastre al fondo umbrío
él quiso asesinarme
O acaso esperaba
que de este modo subacuático y homicida
Yo aprendiese finalmente a nadar.
Una mano
Una mano se ha cerrado en su puño
Se ha cerrado como quien atrapa de súbito un pájaro que vuela en los andurriales de su barrio, a la altura de los fontaneros y los rutilantes ojos de los niños
Como quien dice hasta aquí llegas pájaro, en mi puño acaba tu itinerante viaje entre frondas y cableados eléctricos
Una mano que ha sabido recorrer el archipiélago de otras pieles, de otros gestos, que se ha abierto a la plegaria que el sol reparte sobre estas bestias que mugen y escuecen en la intemperie, clamando piedad
Ahí, donde suscita el milagro y la tragedia deja su infalible huevo de mosca o de serpiente
Que en el oleaje del mundo ha sabido flotar como un óbito o una barca, según el nudo de la soga que ciñe los días y las horas
Una mano se ha vuelto puño
Se ha vuelto piedra
tumba de pájaro y su plumaje de velero enamorado del viento
Sepulcro donde la vida acuña su tesoro indescifrable
Donde el lenguaje abre su caja negra y toda la música cesa y callan los cantores
Y la vida dice, como un epitafio estampado en el aire ascendente de la tarde
Nunca más.
Oigo el corazón del mar
Oigo el corazón del mar
como quien oye el cantar de un pájaro enorme debajo de la tierra.
Lo oigo todo el tiempo: cuando abro la heladera
cuando saco las bolsas de basura, cuando salgo a caminar por el pedregullo de las calles de mi barrio
es el tun tun que está debajo de cada pensamiento
el ritmo que marca mi paso de marinero en tierra
el íntimo reloj que me da el tiempo justo para cruzar la avenida
o podría decir, que es la voz de mi padre gritándome que tengo que ir a trabajar
la sentencia de mi primera novia anoticiándome el fin del amor
la muerte que camina a mi costado, con pasos acompasados, midiéndome la sombra.
Lo oigo como quien oye su propio corazón
y es como si pudiese escuchar mi propia huella en la existencia
susurrándome, “por aquí ya has ido, por aquí ya no andarás, sigue este camino”
o quizás
sea la voz de dios
comunicándome en su idioma sincopado
“tu camello no pasará por el ojo de esta aguja”.
Yo del pan como sólo las migajas
Yo del pan como sólo las migajas
y tengo un hambre de hormiga desesperada
y hace siglos que espero que la lluvia haga crecer la dulce hoja que baila en los pastizales
y no le temo al invierno y a los blanquísimos fantasmas que se desgañitan en el viento
ni al ardor de los soles meridionales
ni a la súbita muerte que acecha como una serpa entre los pedregales
sólo a esta larga espera entre los astros
a esta pequeñez de oruga que se arrastra en una brizna de lo eterno
al rayo fugaz de la vida que nos atraviesa justo en el tiempo de las amapolas
a la palabra siempre, a la palabra nunca
a procrastinar hasta el olvido la sonrisa definitiva
y ante el mendrugo de pan de la vida yo me prosterno y digo
ni un día más, ni un día menos
lo justo para comer hasta la última migaja
Levedad
Yo, que apenas quepo en el imperio del día
que soy aire en pulmón desesperado
y mis manos vuelven sobre mi cara
para recorrer los fósiles de un animal desconocido
soy tan leve, que hasta la grama se ríe de mi pie.
A veces, bajo los viejos racimos del sol
juego con las abejas en la liviandad de la tarde
me pierdo en enormes enjambres que vuelan de árbol en árbol
de rama en rama
y frente a la miel relumbrante
me postro como ante un dios
le ruego que me lleve ante los esplendidos colmenares
ser parte de su reino en el cielo.
No tengo lugar entre los hombres
son como yunques, como estacas, como viejos barcos encallados en un puerto
yo apenas quepo en las letras de mi nombre
y me elevo en jirones en el vaho ascendente de la tarde
a veces me quedo quieto durante algunos instantes sobre la tierra
y juego a ser brote, esqueje, gajo de alguna planta de suculenta hoja
pero no hay caso, soy tan liviano que me debo al viento
soy el hijo huérfano del aire, la nada que se abre paso en el clamoroso rumor del día, con el flamante pasaporte de un hombre muerto.
Si digo tu nombre
Si digo tu nombre, una ventana estalla en un noveno piso
una anciana muere de un paro cardio-respiratorio en la soledad de su cuarto
un perro perdido encuentra a su dueño
un meteorito se incrusta en algún lugar deshabitado de la tierra
crece un enorme hormiguero en el medio de la Pampa
un rayo parte en dos al árbol centenario
cae un granizo como pelotas de golf sobre el centro de Berlín
un niño judío es circuncidado en medio de una fiesta
un párroco deja sus votos y va en pos de una pérfida muchacha
se suicida otro poeta
pero aquí nada pasa, sólo es tu nombre danzando en la punta de mi lengua
tu nombre de alpiste y cardamomo
donde vienen a comer los ávidos pájaros del olvido
entonces recuerdo que nombrarte es un ejercicio absurdo
que apenas provoca pequeñas variaciones en el mundo
pero ni siquiera alcanza para que tus ojos dirijan una mirada piadosa
a este paraje olvidado en el rincón más agreste del universo.
Yo andaba entre los satélites, amor
era joven y torpe como un becerro que recién lanza sus primeros balidos.
Y vos llegabas como todas las flores para ser estoqueada por los afiebrados arpones del sol, para ser abierta como un abismo que parte el continente en dos mitades.
¿Qué podía hacer yo con esas manos que apenas palpaban la materia,
que eran brotes de un árbol que sólo crece en el albor de las mañanas?
Decías mi nombre como si treparas a un árbol y lo gritaras muy alto, muy alto
y yo apenas podía oírte, amor, orbitaba en torno al mundo como un verbo que aún no termina de conjugarse.
Abajo, la vida de los hombres me abrumaba, como si todos supieran mi nombre y tuviesen una bala de plata debajo de la lengua, lista para dispararme en una celada contra la luz.
Y desde la altura veía las repentinas antenas, erguidas sobre los techos como ángeles estaqueados, y los querubines de la sangre mordían mis venas, amor, y me decían “santo, eres santo, como el manto del Cristo muerto”
Y vos subías a las altas escaleras de los pintores, a los enclenques andamios de las obras en construcción, y con la enorme hondera de tu sexo intentabas bajarme de mi órbita en el cielo, o me tirabas el ancla de un viejo buque, o un yunque, o una pedrada, pero yo ya era parte del aire amor, había nacido mitad hombre, mitad ave de plumaje indescifrable, y mis brazos no podían abrazar más que el viento que se arremolinaba en torno mío, igual que el ala de las gaviotas. Eras la hija primigenia de la tierra, eras el tubérculo y la flor que crece en los altos montes del Vesubio, en los cerros donde la vida clava su estaca definitiva, y me llamabas con el claro fulgor de tu sexo, y yo apenas podía oírte, amor, entre el zumbido eléctrico de los satélites, y volaba así, como un barrilete que ha perdido su hilo de entre las manos de un niño, o como un pensamiento que se pierde para siempre en el olvido irrevocable del viento.
Sobre Sebastián
Sebastián Jaka Nació en 1978. Es de Tandil. Estudió Cine y Dramaturgia. Cursó la carrera de Prácticas del Lenguaje. Es de cáncer y trabaja como sepulturero en un cementerio de mascotas.
Sobre Misael
Misael Castillo nació en Tostado, Santa Fe en 1993. Es poeta y estudiante del profesorado en Lengua y Literatura. En 2019, publicó el libro "Robarle al cuerpo lo que está de más" (Presente ediciones).
> Reseña realizada por Misael Castillo, colaborador de +P. Si querés contactarte con él, escribile a misaelcastillo.1972@gmail.com
Excelente entrega de un poeta muy potente. Gracias Misael por mostrarlo. Alfredo Lemon desde Córdoba